lunes, 5 de julio de 2010
¿Quién teme a Virginia Woolf?
La barbarie humana. La tragedia de todos. Las buenas películas exponen grandes cantidades de intención artística, su calidad se transforma en una limpia comunicación, lo que permite que aquello que se quiere transmitir sea recibido por el espectador fácilmente o de la mejor forma. Esto siempre le anima, entra en confluencia con los productores de la película y el arte no requiere ser interpretado, tal vez sólo lo justo, porque está a la interperie, ante la mirada de todos. Eso ocurre con las películas buenas, las que se trabajan bien y buscan explorar un mundo de ideas interesante. Pero en Who's afraid of Virginia Woolf? existe una diferencia en su conexión con el arte: Mientras que en las primeras el arte es rezumado en una estética digamos, en una forma, una nitidez, el lugar que ocupa la maravilla en este caso no es en el contorno y en la luz, sino en el cimiento y la base. De hecho esta película no tendría sentido, no habría llegado a concebirse su trama, de no ser por encontrar su máximo apoyo en lo artístico del trabajo que requiere.
La historia es muy complicada, en realidad no es sólo una, sino cuatro, la de los cuatro personajes, aunque, como siempre, el entramado más importante es el que surge de la combinación de relaciones.
Coqueteo entre Martha y el jóven nuevo profesor de universidad en el departamento de Biología, un escándalo delicioso, Elizabeth Taylor no pierde sex-appeal aún con la edad.
La oscarizada (Mejor actriz secundaria 1966 por este papel) Sandy Dennis, en un papel muy Marilyn Monroe, rubia tonta (y adicta al coñac), pero bien hecho.
No hay nada más complicado que el entendimiento entre personas y esto provoca que la convivencia social se resista hasta tomar un punto de espesor difícil de sostener. Me pareceria adecuado, de estar vivo el Doctor Freud, enviarle este video para conocer su opinión con respecto a estas personalidades, aunque no tendría que improvisar mucho, pues ya tiene estos asuntos bien explorados, y es que el señor austríaco fue uno de los personajes claves que más influyó en la historia y la cultura, está puesto de manifiesto en muchísimos trabajos, de lo más variopintos. Este es uno de ellos. Lo resuelvo en este momento.
George (Richard Burton) y Martha conforman un matrimonio desde que él decidió tomar el que parecía el camino fácil, el de casarse con la hija del rector de la universidad en la que trabajaba, en el departamento de historia, con la intención de avanzar en sentido ascendente, cosa que llevaba haciendo desde su oscura y violenta juventud, de la que se atreve a hablar en un momento dado con su invitado.
Martha se mostró desde el principio espantosamente enamorada, lo que la expuso a la intención de George. Ella enloquece de frustración y por eso le acusa constante y despiadadamente de ser un ser un frustrado por falta de carácter, casi por voluntad propia. El objeto de su frustración es su relación con George, claro, pero porque ella no es nada sino, como solía ser común todavía en los años cincuenta y sesenta, esposa de su marido, y ciertamente ella es más inteligente que el hombre que la mantiene, lo mantiene engrasado, lo desgasta, es un gimnasio de la mente. Y aún así se topa con la pasividad del hombre con el que procura estimularse en todas las facetas de su persona (cosa inalcanzable), bien porque él no siente nada por ella, bien porque sus sentimientos se han carbonizado tras los malos tratos recibidos por su cónyuge o bien (y creo que sería una mezcla de las tres posibilidades) esta inanimidad procede de su digestiones y demás secreciones internas naturales, que lo catalogan según la onomástica en frígido dinamizable sólo a través de una continua provación, punto fuerte (en todos los sentidos) de su señora.
También, en una lectura más simple pero bastante análoga, nos podríamos encontrar ante un George Resignado, adorador de la práctica de su sublime escolástica poco virtuada en la universidad, en nombre de la agilización de la rapidez de su disparador mental, pues es un hombre ambicioso y coartado, necesita seguir escalando peldaños y desfogar su amargura cuyo aspecto, de ser visible, estaría matizado por un envoltorio que no puede ignorarse de violencia, retoño del mundo criminalizado que le rodeó de joven y que se pega a la superficie a la vista de todos pegando varias veces a Elizabeth Taylor, quien tampoco se queda corta, aunque ésta última lo haga por factores como la consciencia de su vulnerabilidad ante un hombre de buena estatura y forma física y tal vez como cierto juego de sadismo con inclinación erótica.
Desde que fue comenzada la farsa (su compromiso matrimonial), ella focalizó su fracaso en su hijo, recipiente de un complejo de Edipo invertido. Son dos las ocasiones en que se toca este tema de forma tan gráfica que parecía querer decir que el pervertido que se imaginaba la escena relatada, es decir, el espectador, se equivocaba y estaba malinterpretando la historia. Este insulto se mantendrá hasta que se desvele todo, en el emocionante desenlace.
La violencia, las bromas y los diálogos son tan variados como acordes con los perfiles tan bien definidos de cada personaje, un ejemplo de brillantez que sorprende.
Pero no quiero desvelar más de lo necesario (por si alguien no la ha visto aún, aunque de todas formas creo que ya me he ido algo de la lengua). Aunque el conflicto es uno, pluralizado y con vida propia pudiendo ser hasta el protagonista, el gran planteamiento es uno más abstracto y filosófico, ligeramente tocado por los personajes en sus diálogos inteligentes y sobretodo excéntricos de la típica obra teatral clásica, al final de la narración: ¿Qué es real y qué no? ¿Qué merece el adjetivo de real y por qué debe prevalecer sobre lo que no lo es, lo que no cumple con qué requisitos, criterio de lo real? No todo lo vivido por los dos matrimonios esa noche es real. Son hechos filtrados por el tamiz de la percepción, imágenes más tarde sistematizadamente interpretadas. Y toda esa ambigüedad se baña de alcohol, lo que permite una guerra y un baile sobre la verdadera intimidad embrutecida del tuétano moral humano.
Como ya he indicado todo ocurre en unas cuantas horas, no tanto como con las que se intentó arreglar una inteligentísima autora en la Señora Dalloway, pero si recordando a la ya evocada Virginia Woolf, que paralelamente ya ha sido evocada con el juego musical ¿Quien teme a Viriginia Woolf? que también da título a la película. El significado de este derrape artístico para mí es una reiteración sobre el tema que ya he desgranado antes cuando enfrenté por petición de lo pertinente la realidad con la fantasía: Lo irracional, lo que no existe, lo imaginario y lo surreal, como motivo de temor. Lógicamente, hablamos de algo desconocido, de hecho más desconocido aún que el mundo físico al que estamos todos acostumbrados en general, más temible por no ser explorable. Es la mente humana etérea y amorfa, confundida entre verdad y ficción, lo que es totalmente incontrolable llegados a un punto, del todo incomprensible.
Taylor ratifica esta idea cuando declara al final de la película que teme a Viriginia Woolf. Me atrevería a decir que si el chiste no le hacía gracia a George era porque no apoyaba la irrealidad de su mujer, y también que si lo apoyaba "la ratita" (Sandy Dennis) era porque tenía una personalidad igualmente fantasmal, como Martha, dada al embarazo psicológico y enamorable de la misma forma por una posible maternidad (véase cómo se embriaga con la descripción del "hijo prodigio" final de Martha, tan enfermiza).
Por supuesto, trata el tema de la prostitución doméstica, por así llamarla, no sólo con George y su matrimonio de conveniencia, sino con el jóven que se acuesta con ella, que clarifica la verdad del vínculo entre los protagonistas, como un ejemplo extremo en cuestión de pocos minutos de lo que ha sido: "si no cumples en la cama, serás mi esclavo, de alguna forma tienes que pagar mis servicios" (No es literal), el cual es la posibilidad de ejercer influencia en su poderoso padre. Entonces, es sólo oferta y demanda.
Miradas furtivas de la Taylor hacia su último espécimen cazado.
Como resumen diré que es una película original donde las haya, innovadora en su búsqueda del terror psicológico, para mí similar a la experiencia onírica (Como Un Chien Andaluz de Buñuel pero con sentido), de nuevo, como se dió desde el realismo y en posteriores manifestaciones artísticas, eleva lo cotidiano a su modelo más grave, pone de relieve el segundo plano y plasma morbosamente la putrefacción de tantas, si no todas, de nuestras mundanas vidas, pero aplica una horripilante etiqueta de ataque al desquicie y la sublevación de las emociones bajas reprimidas.
Y cómo se hace adorar la pérfida Elizabeth Taylor, en un papel de la Bette Davis a la que hace mención (como si fuese un anuncio de lo que espera darnos, en el primer cuadro) remasterizado y adecuado a sus propias cualidades.
De haber tenido oportunidad, le habría dicho "sé que eres la más racional de todos, la que más aguanta y con mejor talante el alcohol, pero sé algo menos agresiva, para que así no exista la excusa por la cual nadie pueda decirte que dejes de jugar de esa forma en que todos deberíamos hacerlo, en un coqueteo continuo con la dureza de la vida, que nos mira de cara".
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