martes, 23 de junio de 2009

El gran dictador


Charles Chaplin es un artista, todos lo sabemos. Y su genio quedó reflejado cuando en mitad de la segunda guerra mundial aportó al cine esta joya que aún hoy en día es apreciada.
Con una interpretación tan hilarante como la propia y seria figura de Hitler, Chaplin critica abiertamente el estado de la sociedad y encarna al mismo tiempo, además de al dictador, a un chico judío que tras despertar de su estado de inconsciencia tras una lesión en la primera guerra mundial no recuerda nada y tampoco sabe en qué estado está el mundo. Así conoce a una chica judía y todo lo demás, pero lo más importante está en el supuesto que propone Charles.
El judío, como hiciera Hitler en su momento, lucha con valentía en el primer conflicto mundial obteniendo galardones y honra. El chico es un judío pero lucha por Alemania igual que hizo hitler. No hay que olvidar que el abuelo de Hitler no era otro que Rothschild, judío de pura cepa. Por tanto primero vemos como un judío lucha igual que un alemán por su patria y sin embargo más tarde es maltratado como un judío no alemán. Vemos también la paradoja de Hitler, que al igual que el judío, como si de amnesia se tratase, ha olvidado sus orígenes, convirtiéndose en uno de los peores dictadores de la historia.
Mientras que gracias a su amnesia el judío lucha con valentía contra el maltrato que sufre (otro mensaje, pero esta vez a los judíos. ¡Despertad! ¿Por qué motivo os dejáis humillar así? Si no hubiese sido una humillación gradual haríais como yo hago ahora. Parece que dice.)
Claro, como no. El judío y Hitler son idénticos. Así que hacen que el judío se haga pasar por Hitler y pronuncia su legendario discurso haciéndose pasar por un renacido Hitler.

Otra de las escenas que no tienen desperdicio es la danza homosexual con el globo terráqueo. Y la caracterización de Mussolini es también muy acertada.
Una película inolvidable, encantadora, divertida, crítica, con un mensaje claro y una banda sonora interesante de la que extraigo en especial la sinfonía número 5 de Brahms, una danza húngara.

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