martes, 21 de julio de 2009

La rosa púrpura del Cairo


Mi crítica para La rosa púrpura del Cairo será positiva. La verdad es que se trata de una buena historia, que aunque no está falta de fantasía, la considero sencillamente llena de imaginación para ilustrar preguntas retóricas. Y además tiene la cualidad de inquietar a sus personajes, es decir que se resalta el realismo de ese mundo en el que algo así se recibe de forma inesperada, como ocurre en Los pájaros de Hitchcock.
Una mujer desgraciada cuyo marido le es infiel, le pega y la trata lo peor posible como era tradición en los años treinta estadounidenses, es despedida de su trabajo tras haber abandonado su casa por fín pues ya no podía con la situación. Desesperada, sin lugar a donde ir, entra en el cine (su gran pasión) y ve La rosa púrpura del Cairo por quinta vez. Allí de repente uno de los personajes la mira y le pregunta quién es: Se ha enamorado de su espectadora.
Y sale de la pantalla, sin más, para irse con la chica.
Un retrato muy fiel de algunos hombres, si me refiero al marido de ella y al actor al que conoce más tarde.

Mia Farrow en una de las tantas escenas en las que ve películas en el cine.

Los años treinta fueron los tiempos en los que se pusieron a prueba la felicidad y el positivismo (así como la capacidad de evasión que proporcionaba el cine, la literatura, el baile, la música, el alcohol...) aprendidos durante los años precursores: Los años veinte. Esto se ve perfectamente reflejado en la película y sigue siendo fuente de inspiración para muchos cineastas y escritores, así como el terror en la guerra, el sexo en los años veinte, la revolución en los sesenta y la droga en los 70 y 80. Como vemos, contamos con todo un siglo lleno de historias y elementos que nos resultan necesarios para crearnos una identidad propia que asimilar y perfilar.
Una música muy buena, propia de los gustos musicales de Woody Allen, su director, del que no había tenido el honor de ver ninguna obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario