lunes, 5 de julio de 2010

¿Quién teme a Virginia Woolf?


La barbarie humana. La tragedia de todos. Las buenas películas exponen grandes cantidades de intención artística, su calidad se transforma en una limpia comunicación, lo que permite que aquello que se quiere transmitir sea recibido por el espectador fácilmente o de la mejor forma. Esto siempre le anima, entra en confluencia con los productores de la película y el arte no requiere ser interpretado, tal vez sólo lo justo, porque está a la interperie, ante la mirada de todos. Eso ocurre con las películas buenas, las que se trabajan bien y buscan explorar un mundo de ideas interesante. Pero en Who's afraid of Virginia Woolf? existe una diferencia en su conexión con el arte: Mientras que en las primeras el arte es rezumado en una estética digamos, en una forma, una nitidez, el lugar que ocupa la maravilla en este caso no es en el contorno y en la luz, sino en el cimiento y la base. De hecho esta película no tendría sentido, no habría llegado a concebirse su trama, de no ser por encontrar su máximo apoyo en lo artístico del trabajo que requiere.

La historia es muy complicada, en realidad no es sólo una, sino cuatro, la de los cuatro personajes, aunque, como siempre, el entramado más importante es el que surge de la combinación de relaciones.


Coqueteo entre Martha y el jóven nuevo profesor de universidad en el departamento de Biología, un escándalo delicioso, Elizabeth Taylor no pierde sex-appeal aún con la edad.

La oscarizada (Mejor actriz secundaria 1966 por este papel) Sandy Dennis, en un papel muy Marilyn Monroe, rubia tonta (y adicta al coñac), pero bien hecho.

No hay nada más complicado que el entendimiento entre personas y esto provoca que la convivencia social se resista hasta tomar un punto de espesor difícil de sostener. Me pareceria adecuado, de estar vivo el Doctor Freud, enviarle este video para conocer su opinión con respecto a estas personalidades, aunque no tendría que improvisar mucho, pues ya tiene estos asuntos bien explorados, y es que el señor austríaco fue uno de los personajes claves que más influyó en la historia y la cultura, está puesto de manifiesto en muchísimos trabajos, de lo más variopintos. Este es uno de ellos. Lo resuelvo en este momento.

George (Richard Burton) y Martha conforman un matrimonio desde que él decidió tomar el que parecía el camino fácil, el de casarse con la hija del rector de la universidad en la que trabajaba, en el departamento de historia, con la intención de avanzar en sentido ascendente, cosa que llevaba haciendo desde su oscura y violenta juventud, de la que se atreve a hablar en un momento dado con su invitado.

Martha se mostró desde el principio espantosamente enamorada, lo que la expuso a la intención de George. Ella enloquece de frustración y por eso le acusa constante y despiadadamente de ser un ser un frustrado por falta de carácter, casi por voluntad propia. El objeto de su frustración es su relación con George, claro, pero porque ella no es nada sino, como solía ser común todavía en los años cincuenta y sesenta, esposa de su marido, y ciertamente ella es más inteligente que el hombre que la mantiene, lo mantiene engrasado, lo desgasta, es un gimnasio de la mente. Y aún así se topa con la pasividad del hombre con el que procura estimularse en todas las facetas de su persona (cosa inalcanzable), bien porque él no siente nada por ella, bien porque sus sentimientos se han carbonizado tras los malos tratos recibidos por su cónyuge o bien (y creo que sería una mezcla de las tres posibilidades) esta inanimidad procede de su digestiones y demás secreciones internas naturales, que lo catalogan según la onomástica en frígido dinamizable sólo a través de una continua provación, punto fuerte (en todos los sentidos) de su señora.


También, en una lectura más simple pero bastante análoga, nos podríamos encontrar ante un George Resignado, adorador de la práctica de su sublime escolástica poco virtuada en la universidad, en nombre de la agilización de la rapidez de su disparador mental, pues es un hombre ambicioso y coartado, necesita seguir escalando peldaños y desfogar su amargura cuyo aspecto, de ser visible, estaría matizado por un envoltorio que no puede ignorarse de violencia, retoño del mundo criminalizado que le rodeó de joven y que se pega a la superficie a la vista de todos pegando varias veces a Elizabeth Taylor, quien tampoco se queda corta, aunque ésta última lo haga por factores como la consciencia de su vulnerabilidad ante un hombre de buena estatura y forma física y tal vez como cierto juego de sadismo con inclinación erótica.

Desde que fue comenzada la farsa (su compromiso matrimonial), ella focalizó su fracaso en su hijo, recipiente de un complejo de Edipo invertido. Son dos las ocasiones en que se toca este tema de forma tan gráfica que parecía querer decir que el pervertido que se imaginaba la escena relatada, es decir, el espectador, se equivocaba y estaba malinterpretando la historia. Este insulto se mantendrá hasta que se desvele todo, en el emocionante desenlace.

La violencia, las bromas y los diálogos son tan variados como acordes con los perfiles tan bien definidos de cada personaje, un ejemplo de brillantez que sorprende.


Pero no quiero desvelar más de lo necesario (por si alguien no la ha visto aún, aunque de todas formas creo que ya me he ido algo de la lengua). Aunque el conflicto es uno, pluralizado y con vida propia pudiendo ser hasta el protagonista, el gran planteamiento es uno más abstracto y filosófico, ligeramente tocado por los personajes en sus diálogos inteligentes y sobretodo excéntricos de la típica obra teatral clásica, al final de la narración: ¿Qué es real y qué no? ¿Qué merece el adjetivo de real y por qué debe prevalecer sobre lo que no lo es, lo que no cumple con qué requisitos, criterio de lo real? No todo lo vivido por los dos matrimonios esa noche es real. Son hechos filtrados por el tamiz de la percepción, imágenes más tarde sistematizadamente interpretadas. Y toda esa ambigüedad se baña de alcohol, lo que permite una guerra y un baile sobre la verdadera intimidad embrutecida del tuétano moral humano.

Como ya he indicado todo ocurre en unas cuantas horas, no tanto como con las que se intentó arreglar una inteligentísima autora en la Señora Dalloway, pero si recordando a la ya evocada Virginia Woolf, que paralelamente ya ha sido evocada con el juego musical ¿Quien teme a Viriginia Woolf? que también da título a la película. El significado de este derrape artístico para mí es una reiteración sobre el tema que ya he desgranado antes cuando enfrenté por petición de lo pertinente la realidad con la fantasía: Lo irracional, lo que no existe, lo imaginario y lo surreal, como motivo de temor. Lógicamente, hablamos de algo desconocido, de hecho más desconocido aún que el mundo físico al que estamos todos acostumbrados en general, más temible por no ser explorable. Es la mente humana etérea y amorfa, confundida entre verdad y ficción, lo que es totalmente incontrolable llegados a un punto, del todo incomprensible.

Taylor ratifica esta idea cuando declara al final de la película que teme a Viriginia Woolf. Me atrevería a decir que si el chiste no le hacía gracia a George era porque no apoyaba la irrealidad de su mujer, y también que si lo apoyaba "la ratita" (Sandy Dennis) era porque tenía una personalidad igualmente fantasmal, como Martha, dada al embarazo psicológico y enamorable de la misma forma por una posible maternidad (véase cómo se embriaga con la descripción del "hijo prodigio" final de Martha, tan enfermiza).

Por supuesto, trata el tema de la prostitución doméstica, por así llamarla, no sólo con George y su matrimonio de conveniencia, sino con el jóven que se acuesta con ella, que clarifica la verdad del vínculo entre los protagonistas, como un ejemplo extremo en cuestión de pocos minutos de lo que ha sido: "si no cumples en la cama, serás mi esclavo, de alguna forma tienes que pagar mis servicios" (No es literal), el cual es la posibilidad de ejercer influencia en su poderoso padre. Entonces, es sólo oferta y demanda.

Miradas furtivas de la Taylor hacia su último espécimen cazado.


Como resumen diré que es una película original donde las haya, innovadora en su búsqueda del terror psicológico, para mí similar a la experiencia onírica (Como Un Chien Andaluz de Buñuel pero con sentido), de nuevo, como se dió desde el realismo y en posteriores manifestaciones artísticas, eleva lo cotidiano a su modelo más grave, pone de relieve el segundo plano y plasma morbosamente la putrefacción de tantas, si no todas, de nuestras mundanas vidas, pero aplica una horripilante etiqueta de ataque al desquicie y la sublevación de las emociones bajas reprimidas.

Y cómo se hace adorar la pérfida Elizabeth Taylor, en un papel de la Bette Davis a la que hace mención (como si fuese un anuncio de lo que espera darnos, en el primer cuadro) remasterizado y adecuado a sus propias cualidades.

De haber tenido oportunidad, le habría dicho "sé que eres la más racional de todos, la que más aguanta y con mejor talante el alcohol, pero sé algo menos agresiva, para que así no exista la excusa por la cual nadie pueda decirte que dejes de jugar de esa forma en que todos deberíamos hacerlo, en un coqueteo continuo con la dureza de la vida, que nos mira de cara".


viernes, 18 de junio de 2010

Las Bostonianas, de Henry James


El actor que se propone participar en una remasterización de una vieja película corre el riesgo de realizar una descabellada y barata reproducción imitativa de la primera. Lo mismo ocurre cuando uno se propone comentar en su blog un clásico de la literatura, más por el renombre e importancia de su autor que por la popularidad de la obra en sí, en este caso. Porque Las Bostonianas en su momento fueron motivo de censuras, por su contenido harto evidente homosexual. Henry James lo era. Homosexual. Pero no se propuso hacer una simple denuncia, una recreación de su sexo reprimido ni una novelilla floja de interés erótico, sino que hizo lo que hoy casi parece imposible para los autores no heterosexuales, supo aprovechar un tema a sabiendas de su controversia y su interés antropológico. No hace falta conocer mucho al autor para darse cuenta de que fue un hombre con clase, alejado de toda ordinariez, que definió su estilo a través de los paradigmas de la sintaxis elaborada y las oraciones combinadas con gran número de proposiciones, en un texto de extensión realmente largo, aunque, contrariamente a lo que en una situación errónea de percepción se puede pensar, que ha de leerse precipitadamente, con agilidad mental para no perder el hilo argumentativo, ausente de pausas de puntualización pero con largas digresiones del autor y reflexiones sobre la psicología de cada personaje, que son los latidos vitales en la tensión de toda la novela, ya que en pocas ocasiones James se olvida de alejarse de situaciones de gran visibilidad, y prefiere la aparente serenidad y cotidianidad contada a través de un tiempo interior a la novela relativamente expandido pero compuesto de pocos escenarios y cuadros, que de por sí parecerían inofensivos si no fuesen escrutados por la atenta y omnisciente mirada del genial y muy intelectual escritor. Con estas herramientas queda resumida toda la artillería _al menos en la obra tratada ahora_ de Henry James. En concreto la pone a su servicio para realizar una descripción atenta y observadora sobre dos temas de gran profundidad con base en el sexo, únicamente (muy freudiniano), es decir el lesbianismo _que no es explícito y se plantea precisamente como el clásico y peculiar "matrimonio bostoniano" de la época, las amistades románticas entre mujeres que muy a menudo se promovían desde las mismas familias, aunque no siempre se reconocían públicamente los vínculos sexuales entre las integrantes de la íntima relación que tenía su vigencia hasta que el matrimonio se concertaba con un hombre_ como tendencia frente a uno como necesidad o fenómeno surgido por la inercia, y el sufragismo como forma de liberación femenina y búsqueda de la justicia en contraposición, no absolutamente diametral y en ocasiones siendo complemento un elemento del otro, con el ansia de autorrealización y cumplimiento con los deberes para con los demás, pero no sólo en el sentido altruísta, sino en el más superficial, monetario, glamouroso...Un repaso dramático a las diferentes personalidades que pueden conformar la sociedad, sus móviles, sus acciones, y por tanto su "destino", consecuencia directa y dramática de ellas y de sus emociones enlatadas en las costumbres de la sociedad del siglo XIX. Muy recomendable si se pretende leer en un tiempo breve y con ganas de hacerlo.

miércoles, 16 de junio de 2010

La mujer rota, de Simone de Beauvoir.


Simone de Beauvoir escribió una novela apasionada sobre las emociones de una mujer enamorada, tan enamorada como lo estaría cualquier otra, pero con un amor incompleto, imperfecto, porque se basaba en el amor por sí misma a través de los demás, lo que hizo que al ser éstos reducidos a espejismos, ella se hundiese en el odio más espeso, por la vida, por ella misma, por su organismo. Monique es el nombre de la protagonista, que, en forma de diario, nos confiesa "la verdad", que para ella tiene una unicidad invariable. El diario no es más que una hoja en blanco, sí bien con retazos del pasado, pero uno confuso y doloroso, que pierde toda su esencia al ser descubierto como una cosa muy distinta a la imagen que de él se tenía preconcebida. En realidad, lo que parece un discurso intimista de la propia Simone, por ejemplo, en el ocaso de su duradera relación con Jean-Paul Sartre, otro gran filósofo existencialista, para mí no es más que el canto al perspectivismo Nietzscheano por antagonía: su moraleja es precisamente tomarse las cosas de la forma contraria a la de la protagonista, o así prefiero entenderlo.

Con Sartre.

Aunque la excusa es una trama de infidelidad por parte del marido que siempre le ha parecido maravilloso y "transparente", pero que no lo era tanto, o no de la manera que Monique creía, en realidad la novela es importante. Su tensión es psicológica y con un ritmo in crescendo, es un verdadero Thriller, empático y sudoroso, se podría decir. Provoca amargura porque el relato es amargo, pero te llena de una intensidad desconocidas, a menos que se halla vivido algo similar (en cuanto a sentimientos, los hechos en sí son lo de menos), que te embriagan, dejandote asolada en el momento en que cierras el libro, leída la última página. Casi te hace echar de menos el sufrimiento. El desarrollo parece tan natural que sería factible pensar que, además por la breve duración del conjunto, Beauvoir lo escribió sin pensar, desahogando una opresión en la garganta. Pero tal vez fuese todo lo contrario y posea una elaboración exhaustiva, que pretendía iterrelacionar a la perfección cada dato, cada acontecimiento con un nuevo razonamiento lógico y con una nueva reacción química de la asfixiada Monique.

El caso es que la perfección es sublime, anima a la lectura ya en sus primeras páginas, también por el impecable estilo, que aunque poco parafraseado, es muy poético y directo. Su sinceridad y sustancialidad lo hacen un relato que hay que leer, y no se puede cerrar un libro así hasta que se ha devorado hasta la última de sus páginas.
Final atroz. Pero redondeado, tan real que deja lugar a la inevitable y absurda esperanza, pero vista desde el sentido del miedo. Es decir, que cuando cierras el libro ya sabes qué le ocurrirá a Monique: lo mismo que te ocurrió a tí en un momento crucial de tu vida. Este final abierto es precisamente lo que se merecía una novela tan vital y desgarradora como la vida misma.
Creo que me he enamorado. De Simone de Beauvoir, por supuesto.

domingo, 13 de junio de 2010

¿Qué fue de Baby Jane?



Volverse loco es uno de los privilegios por el que todos sacrificarían algo. Lo malo es que ese algo debe ser un algo concreto, cierta faceta que se torne excusa. Citemos algunas: La soledad, la enfermedad, el fracaso, la frustración, la sexualidad reprimida, un desengaño, la depresión, la pérdida de un ser querido _puede ser fácilmente un gato, recordemos a esa magnífica Judi Dench en Diario de un escándalo, otra dama de carácter cínico y fuerte talento_, el nihilismo _por ejemplo, Nietzsche, aunque él es un caso particular_, un accidente de cualquier tipo, una violación...No es fácil decidir qué faceta alterar o de la cual prescindir para poder aseverar que nuestra locura es irreversible, todos los detalles deben estar bien soldados y el proceso de gradual enloquecimiento ha de ser perfecto, debe merecerse un óscar al mejor ritmo narrativo, aunque creo que ese premio específico no existe. Creo que en el fondo todos adoramos a Baby Jane _porque tiene el valor de convertirse en una verdadera demente_ aunque sea, teóricamente malvada, y esa es la respuesta al porqué de esta película. Quien no adore este personaje, probablemente no conozca el significado de volverse loco, ni la necesidad de serlo, ni por tanto el sentido de la vida, o bien, está ya bien encaminado en el proceso del enloquecimiento y se hace el inafectado, el que está por encima del bien y del mal _ creyéndose realmente que esto es así_, o sencillamente tienen una moral que no les permite disfrutar de lo delirante de su existencia.

Excentricidades y sátiras aparte.


La comedia es negra _y no porque sea en blanco y negro ni porque sus protagonistas sean afroamericanos_ Hoy la trato porque tiene dos puntos a favor: La trama y los personajes. En cuanto que la primera tiene su función únicamente en explicar las personalidades de los segundos y permitir que se desenvuelvan, podemos decir que es secundaria, pero hay que matizar que no por falta de brillantez, ya que es por la trama que los personajes no quedan reducidos a simples clichés de quince minutos en una prueba de teatro para asimilar teorías y técnicas nuevas de interpretación. Por tanto, como se cuenta con un buen guión, que da mucha libertad y que, sobretodo informa, lleva al espectador a saborear directamente lo que Robert Aldrich, el director, _ y yo, que llevo obsesionada con un personaje así desde los 16 años sin tener idea de que existía_ quiere que saboree: la personalidad excitante de una mujer supuestamente despreciable, pero que está tan llena de carisma que merece ser, por lo menos, el modelo de no mujer, sólo con el propósito de darle un lugar destacado en algún pódium.

Bette Davis para mí era sólo un nombre antiguo, con algo de glamour y una serie de películas que no me interesaban detrás de sí, en su carrera. Pero con esta película parece gritar al mundo que lleva toda su vida esperando tener la edad y apariencia oportunas para hacer esta clase de papeles y que el efecto de señorita elegante y atractiva era sólo un puente para alcanzar realmente su objetivo, que no era más que encarnar a la clase de mujer que realmente se siente: una loca excusable.


Creo que durante toda mi vida he tenido interés en la interpretación y he querido aprender a ser actriz para interpretar esta clase de caracteres. Me gustaría creer que para Davis fue igual. Lo que me hace pensar que esto fue así es que a Bette no le basta con meterse en la piel de Baby Jane, sino que arrastra toda una historia, te la hace comprender con un sólo gesto, la pelvis hacia delante, las pierdas entumecidas, los brazos caídos. Representa el punto en el que la mera interpretación, como un vehículo para la promoción de un actor y para humanizar la historia que se graba, pasa a ser Arte, expresión de la interioridad personal.

También Joan Crawford trabaja con Blanche. Los personajes están muy definidos, también el pobre tipo gordo que se enreda en lo que parece un pseudoromance vomitivo de desesperación y caos mental con la heroína, pero parece que la actriz principal lleve toda su vida rumiando la sangre del seso de esa extraña mujerzuela, y sólo se encarga de rezumarla por la mirada, los labios, las manos, la voz (está bien doblada al español), ese grito desgarrado de mujer fumadora de cincuenta-sesenta años que me hace sacudirme al sentir un escalofrío por la espalda: es ella, es ella, es ella...¡es ella! Han sabido calcarla sin perturbar su esencia, sin desvirtuar ese cánon, al parecer, universal.

La imagen, teniendo en cuenta su contexto técnico, es de gran calidad, recuerdo las escenas en color, con una estética de los sesenta o setenta, y en realidad es producto de mi mala memoria, pero también de sus buenas cualidades de iluminación y diferente coloración, siempre en esos entrañables tonos blanco-grises-negros.

Un par de imágenes en color que se encuentran en internet y que no se sabe dónde tienen su origen, ya que la película se rodó en blanco y negro. Crecerán en los huequecillos de internet cual hongo, con el paso del tiempo, digo yo.

El ritmo es adecuado, recuerda a una obra de teatro. Cada cuadro empieza y acaba, y va encadenado al siguiente, como una lista de ideas ocurrentes de la terrible Jane, o bien como nexos entre ellas. Cada uno de ellos posee gran fuerza, de forma homogénea, no hay un momento mejor que otro, ni siquiera el desenlace es más álgido, ni el nudo, como suele ser en estas cosas, cada hecho tiene importancia por sí mismo.
Aunque es un drama con toques de humor _que reside en las acciones de mayor crueldad_, el terror tiene una nota presente, aunque se evade tajantemente todo rasgo de sanguinariedad, pues ese no es el fin de una película cuyo interés radica en lo psicológico, social, artístico y filosófico.

También existe gran plasticidad en la estética, el escenario (una casa que resulta familiar, si entras en ella te sabes mover con soltura, cosa importante cuando las cosas más importantes ocurrirán en el claustro que cobija ésta), el maquillaje _porque no es fácil crear ese efecto tremendista en la cara de Jane, manteniéndolo visible y teatralmente expresivo sin perder el realismo_ y la música, que nos encuadra en la época y en el vínculo con el miedo.
Dificultades: el primer y único rótulo al comienzo de la película, que indica sinsentido "Ayer", cuando todo lo que se podía englobar en ayer _infancia de las hermanas, juventud, etc_ ya ha pasado, justo antes de la larga y pausada cortinilla del título, que tampoco tiene sentido y que aburre hasta el infinito, cosa que hace despistarse al público y le hace pensar que está ante un bodrio de tres al cuarto.

"O sea, ¿que podríamos haber sido amigas todos estos años?", es decir, si Jane no dejó inválida a su pobre hermana y la intención venía precisamente de la desgraciada Blanche, significa que ambas se odiaban, se envidiaban...por igual. Si eran lo mismo...¿por qué no habían podido vivir esa vida agradable que tanto ansiaba Jane? ¿Quién tiene más culpas, y quién empezó? La mala actitud, en ambas, pero cada una en un sentido: la menor era caprichosa y la mayor era hostil por su situación a la sombra. En realidad la pequeña tenía dos ambiciones: la fama y el cariño de su hermana: "¿quieres un helado?", dice cuando es una niña, y al final, en la playa, libre de todo temor y celos. También se deshace ante la figura de su hermana mayor cuando tiene problemas.

Si es que la situación degeneró de tal forma, tal vez no sea sólo por el convencimiento de Jane sino por varias causas, y es que Blanche era demasiado dócil, era dócil porque se sentía ajusticiada por el azar tras el intento de asesinato de su hermana. Y en este punto, pensamos: ¿Cuál era, entonces, el problema? ¿Qué les alejaba? Sin más, la falta de sinceridad de Blanche, su demasiado control sobre ella y la situación, su frialdad, el retraimiento...más le hubiese valido dejarse llevar por la locura que sí que profesaba su hermana, porque, en cuanto a maldad eran casi iguales, porque en cuanto a maldad ¿quién juzga?

Baby Jane inspira a los artistas, también a algún que otro fabricante de muñecos de cera...y ¡cómo no! hubiese sido considerable pecado el no realizar una muñeca inspirada en las "Auténticas y preciosas muñecas Baby Jane".

sábado, 12 de junio de 2010

Matar a un ruiseñor.


Jem y Scoutt descubriendo los pequeños regalos de Boo Ewell.

Entrañable. Prácticamente tiene las cualidades de una película que crea género. Sus imágenes son minuciosas, se recrean en la niñez, pero desde su punto de vista. Este es su punto fuerte, y de no ser así quedaría en un simple retrato de la injusticia racial de los años del blanco y negro, y como un precedente de la posterior, los de los años en color.
Yo lo calificaría de expresionista. Es una contínua sucesión de situaciones terroríficas, pero absurdas e inocentes, propias de los juegos de los niños en los que todo adquiere un misterio y fábula resonantes. La forma, por ejemplo, en que Bob Ewell se mueve y, sobretodo, cómo lo percibe Jem cuando está solo metido en el coche (yo también tengo un recuerdo de "tren de la bruja" de aquellas veces en que mi abuelo me dejaba "encerrada" en el coche mientras le esperaba), recuerda a la célebre Nosferatu del cine mudo. Así, los chicos aprenden a temer lo que realmente es una amenaza: la sociedad, la realidad sin idealizaciones, con toda su violencia desgraciadamente propia de la que todos somos víctimas, sin importar raza u otra condición, ya que el cazador, el humanicida (haciendo uso del vocablo homicida en un sentido aún más exterminador), debilita la dignidad de la humanidad al completo, no es capaz de atacar tan sólo una de sus facetas.

Memorables interpretaciones de Gregory Peck, como el genial padre Atticus Finch, y del resto del juvenil elenco.

Por supuesto también hay que recalcar su belleza idílica, cque conducen a la infancia en el pueblo y las vacaciones rurales. Resulta inspiradora, insta a participar del mundo del audiovisual, para poder registrar nuevas técnicas narrativas, como debió de hacer esta película en su tiempo. Divertida y amena, incluso podría ser más larga sin perder un ápice del interés que consigue por parte del espectador, encantado con los personajes. Sólo me hubiese gustado conocer más profundamente a Scoutt, pero más que nada por su virilidad, tan simpática.
El mensaje filosófico requiere que sea analizado particularmente, e incluso me tienta la idea de verla de nuevo, pausadamente, (o mejor aún leer el libro de Harper Lee) apuntando todas las ideas que me sugiere, criticando y exaltando las teorías humanistas que dan el impulso total al largometraje. De momento dejo a nuestra respetada Wikipedia en este enlace para que analice la interesante aportación de Robert Mulligan, centrada en la novela.

Rebecca (Alfred Hitchcock)


De Hitchcock todo se sabe, prácticamente. Y de sus obras. Sus curiosidades, en concreto las de Rebecca, pueden formar parte de nuestra enciclopedia personal portátil abstracta y tan racional como lo contrario (como suelo entender la mente) con tan sólo clickear en el buscador tras haberle ordenado que nos informe acerca de la susodicha película. Aún así, para facilitar el acceso a estas informaciones básicas expongo el link de Wikipedia para la novela de la peculiar Daphne Du Maurier (la autora original del libro) y la de la película.


La película no tiene un mal comienzo, de hecho, hasta que se revela la verdadera historia en un pasado acontecida, con el fin de satisfacer las ansias de felicidad y romanticismo, que en la débil protagonista son una sola cosa, se pierde el clímax, el sentido, es uno de aquellos casos en que se pierde toda la trama al pretender explicarla o bien completarla. La Mansión Manderley es una perfección para el género misterioso, las escenas, las músicas, hasta las facciones de la joven que se ve envuelta en el extraño caso, son ideales para acompañar la fuerza de la obra de Hitchcock, que básicamente_ aunque no en exclusiva_ descansa en el personaje de Rebecca, como ocurre en la novela.

La primera parte gira en torno al conflicto entre Joan Fontaine, que en la película no tiene ni nombre propio, y su rico y extravagante nuevo marido. Este conflicto no es otro que la incomodidad propiciada por el fantasma de la mujer fallecida de éste. Dentro de este juego de atmósferas que incitan al deseo del estremecimiento destaca la rotundidad del ama de llaves, que me pareció ausente de su papel, como si la actriz se sintiese por encima de la supuesta vulgaridad de participar desde el segundo plano. Realmente no consigue el efecto que procura, ese que conocemos, el de atemorizar, sin embargo, sí que le da consistencia a la historia. Ahora diré el porqué.

Si consideramos que esta primera parte se extiende hasta la última escena en que se defiende la esencia necrofílica, la cual considero que es cuando la nueva señora de Winter (Fontaine) se decide a sucumbir ante la curiosidad y la rabia contra una persona inexistente (Rebecca), y entra en el que fue el aposento privado de ésta, la mejor habitación de la casa, reservada para su memoria, podríamos asistir a una representación más gráfica de los factores relevantes en la atribulada existencia de la pobre Fontaine.

Hasta el momento conocemos lo imprescindible del personaje fenecido, su eternidad, bien por su carisma, por su belleza o por ser el objeto del amor imperecedero de Maxim De Winter. Parece ser el eje de todo, sin embargo (y cuando se resuelven los asuntos esto se aclara aún más) esto es sólo una parcela, que viene mortalmente complementada de una serie de fenómenos…pasionales. A esto se refieren las reacciones de los diferentes personajes que van desfilando ante la mirada exigente de Hitchcock. En especial, quisiera hacer referencia a la brillantez interpretativa de Judith Anderson en la nombrada escena, la que supone el punto y aparte del primer fragmento del largometraje según mi forma de entenderlo. Esta ama de llaves confunde mi razón al rematar la situación con poesía en la voz, como un cantar épico, más bien como si fuese una oda o un himno, por el que termina enloqueciendo definitivamente a la pobre segunda esposa. Si esta es la escena que considero cumbre, también es el punto en el que empieza el declive total, crecientemente galopante en la pérdida de la facultad de la genialidad, hasta volver a su contundencia para despedirse con el arrebatado desenlace, confirmación de ciertas sospechas fomentadas por las actuaciones de la oscura ama de llaves en previos actos, como el comentado y aquél en el que todos están reunidos en una sala privada de un restaurante, discutiendo la posibilidad de que Rebeca fuese asesinada.

El caso es que, todo el nudo final, aquella historieta sobre el juicio de Maxim de Winter y demás, no son más que una excusa, una aclaración, que conduce a lo que es en verdad el entramado: Rebecca era una mujer de un carácter increíble, capaz de engatusar a cualquiera, _excepto al que fue su marido, que buscaba algo más similar a lo que obtiene más tarde en la figura de su siguiente esposa (dulzura, modestia y sinceridad)_ con su hartera racionalidad, su potencia intelectual, su poderosa ambición que le hizo no conformarse con poco y decidir su término por sí misma, cuando se vio acabada.

Sin embargo, es el final lo que hace pensar en algo más, ajeno al pilar y cimiento de la redacción, o sea, Rebecca, y esto creo que es, sin duda alguna, la fuerza de otro carácter de indecible fortaleza paralela a la de la muerta, vinculada y alimentada por el de ésta, con un desenlace similar al suyo (el suicidio ante la perspectiva de estar derrotada por la vida), al de su adorada (tal vez sea quien más amor le guarde, a pesar de ser objeto de admiración de multitud de personajes) señora. Hablo, ni más ni menos, que de una consagrada, enamorada, ama de llaves, oscura y fiel hasta la muerte, capaz de sabotear la experiencia vital de los nuevos amos de Manderley, si así se requiere para dar cuerpo al relato que mitificaría aún más a la Rebecca Muerta.


Obviamente, una obra que podría catalogarse de "aceptable" dentro del ranking de las buenas películas de la historia, original aunque en exceso larga, no tanto por su duración ni por su pesadez, cosa que no llega a conformar la sarta de adjetivos que merece, sino porque pierde energía en focos y demás instrumentos de iluminación para alumbrar un mal ensamblado puente con la solución, suficientemente aburrida y costumbrista, que rompe con todo el arte anterior ofrecido, e incluso con el del final. No sólo eliminaría esto, sino también resumiría las declaraciones amorosas e intensificaría el fuerte drama personal de cada individuo, para demostrar que tras la tristeza de la realidad de Rebecca no gobernaba una mujer malvada, ni una enfermedad como parece querer decir, ni una infidelidad, ni un caracter sencillamente preponderante, sino, tan sólo, una mujer, compleja como la que más, como el resto de seres que, según se vislumbra, aunque muy a la distancia, crean la razón de ser de esta brutalmente sutil obra, de esas que te decepcionan un tanto, pero que con el tiempo van acomodándose a tus recuerdos, tomando nuevos matices y sabores, tornándose una grata y peculiar experiencia que va gustándote cada vez más.