jueves, 5 de febrero de 2009

Las chicas de septiembre



He pensado que con lo que a mí me gusta criticar, criticar sólo las novelas que me haya leído a gusto sería una traición a mí misma. Por eso a partir de ahora también criticaré esas novelas que me cojo en la biblioteca que no me gustan y devuelvo sin acabar.
Las chicas de Septiembre ha sido la última aventura. Leí que Maureen Lee es autora de novelas románticas y pensé que entonces perdía el tiempo leyendome su novela, aunque no fuera romántica concretamente. Pero claro, es que el prototipo manda, y como no tenía que meter porquerías sensuales (es que duele poner la equis) y además que desde el principio parecía una novelita cutre de esas únicas que podían escribir las mujeres antaño sin que pensaran que pensaba, y por tanto, que era peligrosa. Odio las novelas rosas porque me he criado leyéndolas en versiones juveniles y ahora las recozco desde lejos, prácticamente las huelo. Y esta olía fatal. Prácticamente apestaba a perfume de popurrí de flores recargado de vieja, y me imaginaba a Maury compartiendo veladas cada tarde con amigas vestidas con vestidos rosas de tela fina hasta la rodilla, de corte recto, y cuellitos blancos con encajes, portando en su mano (algunas hasta con guantes) una taza de té de porcelana con dibujitos ñoños de flores pintadas con efecto acuarela. Vamos, la horterada y lo injusto de este mundo en un salón igual de cargado que la colonia de Mary Ann Sarah, Peeb (o algo parecido, porque ésta es alemana y oculta su grueso cuerpo en trajes de bruja), Linda Elisabeth, Claire Smith (a ésta siempre la llaman por su apellido de soltera porque es de una familia importante) y claro, la anfitriona y tertuliana de mayor peso (no literalmente hablando, porque ésta es la alemana) por ser la autora de historias románticas sin trama que le costean unos editores que no tienen ni idea de arte y más bien de dinero y atracciones baratas y que escriben en la portada el nombre de la que llegó a estudiar en una universidad_para poder contar historias románticas, claro..._con preciosas letras doradas y victorianas y que están en ligero relieve. ¡Ah! Qué éxtasis de cosas bonitas, de cartas amarillas del tiempo, de escritorios orientados a la luz del día, de colchas de estilo campestre, de paredes empapeladas con colores, como no, rosas también, y muñequitas con coloretes redondos en las mejillas bien pintados, muñecas que están expuestas en fila encima de una estantería bajo la cual se llena de polvo un caballito balancín con pelo hecho rastas...Con un maravilloso marco de estas dimensiones románticas yo también escribiría cosas tan enternecedoras como puede ser una infidelidad, una traición y una relación muerta entre una madre y un hijo de cinco años a causa de que el pobre hijo nació sordo...es que se lo merece. ¿No es enternecedor todo el panorama? Pues sí, por eso es una novela romántica, de amor.
Que conste que la sinopsis prometía, porque además estaba situada en los años veinte...

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