domingo, 6 de junio de 2010

Lolita.


”Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta:la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo, hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta."

>>Ningún amante ha pensado en su amada con tanta ternura, ninguna mujer ha sido tan embelesadamente evocada, con tanta gracia y delicadeza, como Lolita. (Lionel Trilling).

>>La obra más satisfactoria _quizá la única satisfactoria_ de la literatura erótica que haya leído...Mientras nuestro siglo entra en sus años finales, la última carcajada puede ser la mejor de todas: La Gran Novela Americana fue escrita por un ruso. (Alan Levy).

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La Infancia Perdida...

Cuando compré Lolita de Vladimir Nabokov mi única intención era explorar un mundo inaudito y vetado, quería conocer aquello que suponía un tabú pero que formaba parte de una identidad nuestra, de los seres humanos. La pederastia en sí nunca me ha parecido moral, ni moralizable en ninguno de los casos, pero tenía mis discusiones interiores con respecto a la pedofilia. ¿Por qué considerar enfermo a alguien que, por cualquier razón, es capaz de vibrar y rezumar por los poros una energía que tiene su origen y destino en la perfección, que no pureza, de seres jóvenes, sin ajar, esbeltos, suaves, aterciopelados, con un olor tan dulce? Creo que algo así pensaría Nabokov a lo largo de los años en que Lolita le mantuvo ocupado. Y especialmente porque consideraba absurdo crear una novela didáctica, con un final redondo como una moraleja:

Para mí, una obra de ficción sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ánimo en que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma. Todo lo demás es hojarasca temática o lo que algunos llaman la Literatura de Ideas, que a menudo no es más que hojarasca temática solidificada en inmensos bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de época en época, hasta que al fin aparece alguien con un martillo y le hace una buena raja a Balzac, a Gorki, a Mann.

El caso es que partiendo del impulso poético es que Nabokov descubre las verdaderas entrañas de un hombre que hubiese sido únicamente juzgado en lo legal y en lo psicológico.

Toda la plasticidad de las portadas que se le atribuyen a esta magna novela queda rebajada ante el gran pictoricismo de esta delirante obra. Un suceso de imágenes, con luz propia, de la que por su densidad es capaz de rozarte la piel, con aromas propios, de toda clase, no sólo agradables y sensuales, prácticamente con sabor, de repente puedes masticar un sentimiento, el terror, la angustia, el deseo, la serenidad, la plenitud, la infinitud...Nabokov es, probablemente, uno de los autores de prosa con mayor respeto por el formalismo y es esto lo que le hace libre a él y al lector. Supongo que no seré la única que cuando decide leer una historia ansía más impregnarse de la esencia y la atmósfera emocional y física, los rozamientos con su contexto histórico, que se almacena con el resto de elementos temporales, con un color supremo que te permite entrar en la escena de una vieja película, pero sin las limitaciones del blanco y negro, que entender y seguir la trama, como si fuese una simple crónica periodística, porque, sencillamente, desearía haber estado allí, cosa que Nabokov sabe y te permite realizar.

Única crítica negativa merecida: su segunda parte, tal vez por el deseo de aturdir, para la empatización con el perturbado y paranoico Humbert Humbert, es un tanto más ambigua y desordenada, más abstracta podría decirse. Y en cuanto a su poesía, debería también apuntar, o tal vez alagar, que es menos belleza para ser más explicación, justo el funcionamiento contrario a la prosa, justo al contrario de lo que suelen hacer los escritores comunes, que no por ello son de poca calidad, lo que sí, menos excepcionales.

Humbert Humbert es un fracasado licenciado en literatura que, ya viviendo de una pensión y con todo el tiempo libre que desea, decide irse de París, ciudad que habitaba plácidamente tras haber abandonado su natal Bretaña, que le regaló un acento peculiar que le haría destacar allá donde fuese en el Nuevo Mundo, para establecerse por motivos de negocios irrelevantes en Norteamérica. Allí, por los azares de la vida se termina desenvolviéndose en un ambiente familiar pequeño y convulso: el Mundo de Charlotte Haze, vieja viuda y peculiar dama, no sin falta de atractivo, y el de su hija _especialmente éste_ Dolores.

Charlotte, uno de mis personajes preferidos de la novela (a pesar de no perdurar demasiado en el relato) es una mujer muy dada a su propia humillación, en nombre del amor, la femineidad y el sexo. Aunque muchos podrían imaginarse a Humbert (como él mismo dice) como un ser despiadado por dentro y por fuera, en realidad posee un físico velludo, viril y poderosamente seductor que le valió una serie de romances a lo largo de su vida, que sin embargo no supieron satisfacerle. Es por estos factores que el protagonista obtiene el favor del sino y concluye que el matrimonio es la mejor forma de tener a su merced a la jóven chiquilla, de once años, con la que tantos juegos (para él eróticos) inolvidables practicará.

Uno de los aspectos fundamentales de la personalidad de Humbert es su...¿Cómo llamarlo? Capacidad para esperar, podría decirse. Él no quiere obtener aquello que desea a cualquier precio, es decir, de cualquier forma y en cualquier momento, sino de la manera más perfecta posible, para vivir su éxito como en un cuento de hadas. Así, no se precipita, como hubiese sido de esperar, y mata a su reciente esposa, Charlotte, sino que disfruta en la medida de lo posible de la serenidad de su relación juntos, sacando el máximo partido a su relación con la niña y la madre. Pero no descuida sus movimientos y, despacio pero seguro, prácticamente se deja llevar por lo que el entiende casi un regalo del destino, a quien no pretende tentar para no perder su dicha. Tras una discusión con Charlotte, que descubre el diario del pedófilo, éste asegura que ella está confundida, que estos documentos no son más que una novela, e insiste en que debe relajarse. Ella, sumisa, subordinada a su adorado compañero macho (porque para ella no es nada mucho más elevado), procura calmarse y se toma unas pastillas con las que él le abastece. Somníferos. Tenían un propósito más maquiavélico: drogar a madre y niña para divertirse una noche a la sombra de la inconsciencia de ambas, pero la historia dará un vuelco más a favor del que podríamos denominar héroe de la aventura. Los efectos son mortales en la pobre mujer, que, de nuevo alterada, decide salir a toda prisa de su casa y en un descuido (producido por el sofoco y el somnífero, sobretodo) es atropellada grácilmente por un automóvil que doblaba una esquina. Lolita en ese momento estaba en el Campamento Q, cosa que le valdrá a Humbert para acallar la verdad y decirle que su pobre madre está enferma en el hospital, que deberá estar largamente ingresada en él y que mientras, ellos dos se dedicarán a viajar. Por supuesto, Humbert hace creer a todos que la niña es suya, con una mentira bien confeccionada, pero tiene el cuidado de no pedir la custodia y tutela legal de la pequeña.

Y así comienzan las aventuras de estos dos personajes, tan trágica como decadente, pero ciertamente llena de algo similar al amor, un amor que no viene de ninguno de los dos, ni va a ninguno de ellos, sino más bien que es transmitido por el propio Nabokov, hacia la escena.


Lolita, llevada al cine por primera vez, en blanco y negro, por Stanley Kubrick.


Lolita, película de 1997.

Humbert, Hamburg...y un sinfín de insultos que se aplica a sí mismo el personaje central, también narrador, de gallarda inteligencia, tiene todos los cabos bien atados. Todo transcurre en un letargo que apenas parece posible quebrantar, hasta que un ser tan miserable como él, aunque a su modo, le arrebata la vida, le arrebata a Lolita. ¡Ah, Humbert! Eras ambiguo ante la ley, escurridizo para la policía, una ficción para la razón, para la sospecha, la curiosidad, para el propio devenir, que se mostraba amigo tuyo. Sólo un ser análogo a tí pudo realmente tener tanta suerte como tú tenías: La suerte del villano, la del inadaptado, la del sinvergüenza.

Y aquí el declive de la obra, que va acompasado al de Humbert.

Sólo el posterior asesinato que comete posee la misma fuerza que sus actos lascivos, pueden intuir por qué. En un ballet de verdadero ingenio, que recuerda al alarde cinematográfico, al teatro de vanguardia, Humbert se enfrenta a su alma gemela, a su espíritu opuesto, con el que decide estar en pleno conflicto, al que decide cargarle toda su desgracia. Y todo esto para poder seguir viviendo, como dice él mismo, para poder inmortalizar a su amada Lolita:

Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.

Aquí un estracto de parte de la filosofía de Nabokov, que es poeta, antetodo, pero también filósofo, aunque a veces parezca que guste de no serlo:

Muchas veces he advertido que tendemos a atribuir a nuestros amigos una estabilidad similar a la que adquieren en la mente del lector los personajes literarios. Aunque abramos El rey Lear montones de veces, nunca encontraremos al pobre soberano apurando hasta la última gota de su jarra de cerveza la mar de contento, olvidados todos los pesares, en una alegre reunión con sus tres hijas y sus perros falderos. Nunca revivirá Emma, reanimada en el momento oportuno por las sales simpáticas contenidas en las lágrimas que Flaubert pone en los ojos de su padre. Sea cual fuere la evolución que este o aquel personaje popular ha experimentado entre las tapas de un libro, su destino está fijado en nuestra mente, y, de manera similar, esperamos que nuestros amigos se ajusten a tal o cual molde convencional que hemos acuñado para ellos. Así, X nunca compondrá la música inmortal que no armonizaría con las sinfonías de segundo orden a que nos ha habituado. Por su parte, Y jamás cometerá un asesinato. En ninguna circunstancia nos traicionará Z. Lo hemos dispuesto todo en nuestra mente, y cuanto menos vemos a una persona determinada, es tanto más satisfactorio comprobar la fidelidad con que se ajusta a la idea que nos hemos hecho de ella cada vez que nos llegan noticias suyas. Cualquier desviación del destino que hemos ordenado nos impresionaría, no sólo por anómala, sino también por su falta de ética. Preferiríamos no haber conocido a nuestro vecino, el vendedor jubilado de perritos calientes, si un buen día publica el libro de poesía más importante de su tiempo.

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El célebre pintor Balthus, que vivió todo el siglo XX, probablemente hubiese sido el ilustrador ideal para la obra de Nabokov. En sus pinturas refleja su adoración por las niñas, que también manifestó con estas frases:

"Las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Las jóvenes adolescentes nunca me interesaron más allá de esta idea".

"Las niñas para mí son sencillamente ángeles y en tal sentido su inocente impudor propio de la infancia. Lo morboso se encuentra en otro lado".

Albert Camus, amigo íntimo del artista, decía: "No es el crimen lo que interesa, sino la pureza".

Vicente Molina Foix, otro amigo, escribió algo irónico pero que pretendía explicar la filosofía pictórica de Balthus: "Balthus no llegó a pecar, y estoy seguro de que era, como le gustaba a él decir, un pintor religioso. ¿No es, al fin y al cabo, la religión el ejercicio de una mirada fija y persistente a un punto inalcanzable? El culto misterioso de las niñas".



Su obra más importante, tal vez por lo grotesco y violento, que hizo al mundo artístico sacudirse.

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