sábado, 12 de junio de 2010

Rebecca (Alfred Hitchcock)


De Hitchcock todo se sabe, prácticamente. Y de sus obras. Sus curiosidades, en concreto las de Rebecca, pueden formar parte de nuestra enciclopedia personal portátil abstracta y tan racional como lo contrario (como suelo entender la mente) con tan sólo clickear en el buscador tras haberle ordenado que nos informe acerca de la susodicha película. Aún así, para facilitar el acceso a estas informaciones básicas expongo el link de Wikipedia para la novela de la peculiar Daphne Du Maurier (la autora original del libro) y la de la película.


La película no tiene un mal comienzo, de hecho, hasta que se revela la verdadera historia en un pasado acontecida, con el fin de satisfacer las ansias de felicidad y romanticismo, que en la débil protagonista son una sola cosa, se pierde el clímax, el sentido, es uno de aquellos casos en que se pierde toda la trama al pretender explicarla o bien completarla. La Mansión Manderley es una perfección para el género misterioso, las escenas, las músicas, hasta las facciones de la joven que se ve envuelta en el extraño caso, son ideales para acompañar la fuerza de la obra de Hitchcock, que básicamente_ aunque no en exclusiva_ descansa en el personaje de Rebecca, como ocurre en la novela.

La primera parte gira en torno al conflicto entre Joan Fontaine, que en la película no tiene ni nombre propio, y su rico y extravagante nuevo marido. Este conflicto no es otro que la incomodidad propiciada por el fantasma de la mujer fallecida de éste. Dentro de este juego de atmósferas que incitan al deseo del estremecimiento destaca la rotundidad del ama de llaves, que me pareció ausente de su papel, como si la actriz se sintiese por encima de la supuesta vulgaridad de participar desde el segundo plano. Realmente no consigue el efecto que procura, ese que conocemos, el de atemorizar, sin embargo, sí que le da consistencia a la historia. Ahora diré el porqué.

Si consideramos que esta primera parte se extiende hasta la última escena en que se defiende la esencia necrofílica, la cual considero que es cuando la nueva señora de Winter (Fontaine) se decide a sucumbir ante la curiosidad y la rabia contra una persona inexistente (Rebecca), y entra en el que fue el aposento privado de ésta, la mejor habitación de la casa, reservada para su memoria, podríamos asistir a una representación más gráfica de los factores relevantes en la atribulada existencia de la pobre Fontaine.

Hasta el momento conocemos lo imprescindible del personaje fenecido, su eternidad, bien por su carisma, por su belleza o por ser el objeto del amor imperecedero de Maxim De Winter. Parece ser el eje de todo, sin embargo (y cuando se resuelven los asuntos esto se aclara aún más) esto es sólo una parcela, que viene mortalmente complementada de una serie de fenómenos…pasionales. A esto se refieren las reacciones de los diferentes personajes que van desfilando ante la mirada exigente de Hitchcock. En especial, quisiera hacer referencia a la brillantez interpretativa de Judith Anderson en la nombrada escena, la que supone el punto y aparte del primer fragmento del largometraje según mi forma de entenderlo. Esta ama de llaves confunde mi razón al rematar la situación con poesía en la voz, como un cantar épico, más bien como si fuese una oda o un himno, por el que termina enloqueciendo definitivamente a la pobre segunda esposa. Si esta es la escena que considero cumbre, también es el punto en el que empieza el declive total, crecientemente galopante en la pérdida de la facultad de la genialidad, hasta volver a su contundencia para despedirse con el arrebatado desenlace, confirmación de ciertas sospechas fomentadas por las actuaciones de la oscura ama de llaves en previos actos, como el comentado y aquél en el que todos están reunidos en una sala privada de un restaurante, discutiendo la posibilidad de que Rebeca fuese asesinada.

El caso es que, todo el nudo final, aquella historieta sobre el juicio de Maxim de Winter y demás, no son más que una excusa, una aclaración, que conduce a lo que es en verdad el entramado: Rebecca era una mujer de un carácter increíble, capaz de engatusar a cualquiera, _excepto al que fue su marido, que buscaba algo más similar a lo que obtiene más tarde en la figura de su siguiente esposa (dulzura, modestia y sinceridad)_ con su hartera racionalidad, su potencia intelectual, su poderosa ambición que le hizo no conformarse con poco y decidir su término por sí misma, cuando se vio acabada.

Sin embargo, es el final lo que hace pensar en algo más, ajeno al pilar y cimiento de la redacción, o sea, Rebecca, y esto creo que es, sin duda alguna, la fuerza de otro carácter de indecible fortaleza paralela a la de la muerta, vinculada y alimentada por el de ésta, con un desenlace similar al suyo (el suicidio ante la perspectiva de estar derrotada por la vida), al de su adorada (tal vez sea quien más amor le guarde, a pesar de ser objeto de admiración de multitud de personajes) señora. Hablo, ni más ni menos, que de una consagrada, enamorada, ama de llaves, oscura y fiel hasta la muerte, capaz de sabotear la experiencia vital de los nuevos amos de Manderley, si así se requiere para dar cuerpo al relato que mitificaría aún más a la Rebecca Muerta.


Obviamente, una obra que podría catalogarse de "aceptable" dentro del ranking de las buenas películas de la historia, original aunque en exceso larga, no tanto por su duración ni por su pesadez, cosa que no llega a conformar la sarta de adjetivos que merece, sino porque pierde energía en focos y demás instrumentos de iluminación para alumbrar un mal ensamblado puente con la solución, suficientemente aburrida y costumbrista, que rompe con todo el arte anterior ofrecido, e incluso con el del final. No sólo eliminaría esto, sino también resumiría las declaraciones amorosas e intensificaría el fuerte drama personal de cada individuo, para demostrar que tras la tristeza de la realidad de Rebecca no gobernaba una mujer malvada, ni una enfermedad como parece querer decir, ni una infidelidad, ni un caracter sencillamente preponderante, sino, tan sólo, una mujer, compleja como la que más, como el resto de seres que, según se vislumbra, aunque muy a la distancia, crean la razón de ser de esta brutalmente sutil obra, de esas que te decepcionan un tanto, pero que con el tiempo van acomodándose a tus recuerdos, tomando nuevos matices y sabores, tornándose una grata y peculiar experiencia que va gustándote cada vez más.

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